Pintura con olor a gasolina

Recuerdo que antes en mi barrio había un sinfín de talleres para automóviles, se podría decir que prácticamente en cada calle había un taller mecánico o de neumáticos, y sino un concesionario o un taller de los llamados de «chapa y pintura». Con el tiempo han ido desapareciendo, ahora se pueden contar con los dedos de una mano. Cerraron y con ellos sus persianas.

Por suerte, hoy en día, se pintan las puertas de entradas a los parkings de muchos edificios con imágenes de coches. Vehículos clásicos, deportivos o de época cubren ahora las grises puertas que se abren para el buen recaudo de nuestros automóviles. No sé cual será el motivo, pero entre todos ellos proliferan el SEAT 600, el británico Mini, ganador de rallies,  y los Volkswagen, sobre todo, los inmortales «Escarabajo», con su inconfundible silueta, y la furgoneta T1, con su frontal de faros redondos y el símbolo de la marca en el centro.

El SEAT 600 forma parte de la cultura española desde el 1957 que se inicio su producción, todo un fenómeno sociológico, ya que SEAT (Sociedad Española de Automóviles de Turismo) durante los 16 años que lo fabrico, consiguió vender casi 800.000 unidades, siendo el primer utilitario para toda una generación de españoles, que aún vivía bajo la dictadura, y el vehículo que motorizó el país en la época de la «España del desarrollo».